Planificación financiera para una vida centenaria
Por Gregg McClymont, Director de Ahorros para la Jubilación en Aberdeen AM
Una de las cuestiones que más se trata entre los asesores financieros es su rol apropiado en la toma de decisiones de los clientes. La tendencia hacia la externalización en carteras discrecionales o soluciones centralizadas, es potente, ya que los requisitos regulatorios hacen que los asesores recurran a utilizar conocimientos externos. Pero hay otros factores que alientan a los asesores a moverse en esta dirección –además de las restricciones temporales, recursos finitos y, lo más importante, la visión de un número cada vez mayor de asesores a los que la planificación financiera integral (‘holística’ en el argot) demanda un compromiso con los clientes en todo un abanico de cuestiones-. Según este argumento, la estrategia de inversión se convierte en una función más secundaria que primaria para el asesor financiero, que es un ‘coach’ de la vida, un planificador, un modelador de flujos de caja, un experto fiscal y, por ejemplo, un selector de acciones.
El jurado está averiguando si este es el futuro del asesoramiento financiero. Pero al leer el estudio recientemente publicado por Andrew Scott y Lynda Gratton sobre las implicaciones de la cada vez mayor longevidad, ‘La vida de 100 años’, me impactó cómo su visión de futuro crea oportunidades para los asesores.
Argumentan que los expertos de todo el mundo están subestimando significativamente la longevidad (algunos asesores podrían preguntarse qué hay de nuevo). Al emplear estimaciones de cohortes -que permiten cambios rápidos y dinámicos- más que estimaciones de periodo favorecidas por la mejor práctica actuarial, Gratton y Scott registran mejoras más rápidas en la longevidad de lo que se consideraba probable (desde 1800 la longevidad ha aumentado constantemente). La diferencia en aportaciones produce rendimientos muy diferentes. Así, las estimaciones actuariales sobre la esperanza de vida media se encuentran actualmente, en los países desarrollados, entre los 80 y los 85 años; mientras que Gratton y Scott sitúan la esperanza de vida de una persona que nazca hoy en día en una nación desarrollada en 100 años. Una gran diferencia.
Inevitablemente se producirán debates sobre sus modelos –los expertos naturalmente reclamarán que el pasado por sí mismo no es una guía para el futuro-. Pero se asume que este aumento constante de la longevidad capacita a Gratton y Scott a plantear preguntas sobre la forma en la que la sociedad tendrá que adaptarse a una vida todavía más larga. La educación, trabajo y jubilación ya no serán tres etapas sucesivas de la vida, sino que serán elementos en un ciclo vital multietapa mucho más fluido. Esto puede sonar a cambio gradual, pero Gratton y Scott lo ven de otra manera. El cambio requerido en la organización de la vida es tan fundamental como los cambios que acompañaron a Reino Unido en su transición desde una sociedad agraria a una industrial durante el siglo XIX. Tal y como la Revolución Industrial introdujo la vida en tres etapas que tan bien conocemos y aplicamos actualmente, la revolución en la esperanza de vida terminará con ella: “vivir más tiempo requiere un rediseño fundamental de la vida y una reestructuración del tiempo”.
Cabe preguntarse: ¿quiénes serán los guías populares o ‘sherpas’ en este cambio a una vida multietapa? Gratton y Scott ponen énfasis en el papel de las instituciones –el Gobierno y el sector empresarial- en suavizar lo que sin duda va a ser un largo periodo de cambios difíciles mientras el viejo mundo deja camino al nuevo. Pero ponen incluso más énfasis en el rol de los individuos como agentes del cambio. Los individuos demandarán mayor flexibilidad en la forma en la que vivan sus vidas centenarias que llevarán a cambios fundamentales necesarios en los estilos de vida.
Estoy de acuerdo con esto. Pero los individuos necesitarán guías y ayuda. Me atrevería a decirlo: asesoramiento. La seguridad financiera será un requisito previo. Financiar una vida de cien años será sobrecogedor. Así que el asesoramiento fiscal será el punto de partida. Pero los individuos necesitarán mucha más orientación mientras el mundo cambia ante nuestros ojos. Gratton y Scott preguntan: “¿Pueden estos años extra, distribuidos a lo largo de una vida, aportar el tiempo y la oportunidad de explorar quién eres y presentarse como una forma de vida que está más cerca de tus valores personales y esperanzas que de las tradiciones de la sociedad en la que se ha nacido? Si es así, entonces es, por ejemplo, el mayor regalo que puede hacer la longevidad”.
Si están en lo cierto, la población no solo necesitará asesoramiento financiero, sino un plan de financiación del estilo de vida. Jason Butler lo ha destacado muy bien: “Esto implica identificar y articular determinados aspectos del tipo de vida que se desea, teniendo en cuenta la actitud y dinero, los sesgos psicológicos y las circunstancias personales. Esto también incluye el aspecto cuantitativo de cómo conseguir que el dinero dure toda la vida bajo diferentes escenarios de “y si…” recurriendo a herramientas de planificación financiera”.
Esta necesidad ya existe. Pero cuánto mayor será la necesidad si, como dicen Gratton y Scott, la esperanza de vida en 30, 40 ó 50 años establece la vida media de un hombre o mujer en cien años. La verdad, llegados a este punto, las personas se encontrarán con la necesidad de recibir ayuda a la hora de planificar estas vidas alteradas. Una cosa es segura: una vida de cien años necesitará una planificación seria.