La política comercial de Trump con China: entre motivaciones económicas, estratégicas y políticas
Por Johan Gallopyn, Investment Desk Analyst, Bank Degroof Petercam
EE.UU. tiene abiertos varios frentes con sus socios comerciales, especialmente con China. El motivo que ha estado alegando Trump para justificar este enfrentamiento es el déficit comercial que su país acumula con el gigante asiático. Aunque este déficit no es algo nuevo, ahora es considerado un problema real por la administración estadounidense, que cree que el libre comercio no debe ser a expensas de la economía de EE.UU. ni poner en peligro su seguridad.
En 2017, el déficit comercial de EE.UU. ascendió a casi 800.000 millones de dólares. China, su principal socio comercial, es responsable de casi la mitad (375.000 millones). Sin embargo, si observamos el saldo comercial bajo el método del valor agregado, el déficit de EE.UU. con China sería significativamente inferior (las cifras más recientes son de 2014 y ascienden a 200.000 millones de dólares). Dicho esto, el superávit comercial de China le permite aumentar su influencia: le brinda los medios para invertir masivamente (especialmente en Asia) y adquirir un papel preponderante en el mundo tecnológico del futuro en el extranjero.
Por otro lado, Trump cree que los frutos del comercio internacional no se distribuyen equitativamente entre EE.UU. y sus socios, sobre todo China. El presidente norteamericano cree que el gigante asiático abusa de la apertura de la economía estadounidense de manera injusta e introduce sus productos en el mercado nacional a precios bajos, en detrimento de los empleos de EE.UU. Sin embargo, justificar que la disminución del empleo en la industria estadounidense se debe únicamente a la liberalización del comercio es probablemente una interpretación demasiado restrictiva. Hay otras tendencias en el mercado laboral que también ayudan a explicarlo, como la competitividad de la industria estadounidense o la automatización, que ha contribuido en gran medida al incremento de la producción total en la industria sin aumentar el número de empleados.
De hecho, no creemos que el objetivo de EE.UU. sea necesariamente avanzar hacia una economía cerrada. Por el contrario, parece que su intención es hacer un mayor uso del comercio internacional y mejorar el acceso de los productores estadounidenses a los mercados extranjeros. Se puede llegar a esta conclusión por el cambio del enfoque multilateral al enfoque bilateral en las relaciones comerciales. Al centrarse en las negociaciones entre dos países en lugar de entre bloques comerciales, los EE.UU. pueden aprovechar sus propias fuerzas para negociar y ejercer presión.
Otro argumento utilizado por la Administración estadounidense es la seguridad. De hecho, las tensiones comerciales con China se sienten cada vez más en sectores tales como inteligencia artificial, robótica, semiconductores, tecnología aeroespacial y genética. Estas tecnologías no solo tienen aplicaciones comerciales sino también militares. En este punto, conviene recordar que, bajo el ambicioso plan «Made in China 2025», el gobierno chino aspira a liderar estos sectores y, cualquiera que conquiste el liderazgo en las tecnologías del futuro también se hará con el liderazgo económico y militar en el mundo… lo que añade una nueva dimensión a las relaciones de China con sus socios comerciales.
Estratégicamente, EE.UU. quiere asegurar su ventaja tecnológica sobre el resto del mundo, y China en particular, pero como China aún depende de los EE.UU. para sus exportaciones, esta situación se utiliza como un medio de presión por parte de la Administración Trump para lograr sus objetivos estratégicos. Por tanto, el desafío chino no se limita a una simple disputa comercial.