AXA IM advierte de que «la crisis del coste de la vida» no se va a resolver pronto
Por Chris Iggo, CIO Core Investment Managers en la gestora de fondos AXA Investment Managers y presidente del AXA IM Investment Institute
El aumento de los precios de los alimentos y la energía es un síntoma de la insostenibilidad de la infraestructura económica mundial, entre otros factores. Para hacer frente a esta situación se necesitan políticas e inversores activistas que tengan en cuenta los modelos de negocio, las tecnologías y el comportamiento de las empresas a la hora de utilizar el capital.
La crisis del coste de la vida es, principalmente, una crisis de reducción de los ingresos reales. Los precios suben más rápido que los salarios. En concreto, los precios de los productos básicos (alimentos y energía), han subido más rápido que cualquier otro bien. Un aspecto de la crisis es que los hogares más pobres tienden a gastar un mayor porcentaje de sus ingresos en productos básicos. Esto implica que la peor parte de la crisis del coste de la vida recae de forma desproporcionada en los sectores más pobres de la sociedad. La crisis es un síntoma de los desequilibrios económicos y, a su vez, tiene importantes consecuencias en las perspectivas macroeconómicas, en la política y en la inversión.
A estas alturas, ya sabemos que el aumento de los precios de la energía es una combinación de la recuperación de la demanda tras la pandemia, la caída de la inversión relativa de capital en la extracción de combustibles fósiles y las alteraciones ocasionadas por la guerra de Ucrania. Los precios de las materias primas energéticas han experimentado importantes subidas: el precio al contado del crudo Brent pasó de 50 $ por barril en junio de 2020 a más de 110 $ tras la invasión rusa. En la actualidad, está alrededor de los 90 $ por barril. Los precios del gas natural han experimentado subidas similares. El precio actual del gas natural en el suministro de diciembre en Europa ha alcanzado un nivel récord, lo que representa un aumento de más del 1100 % en los últimos dos años.
Estos precios se han traducido en un aumento de los precios para los consumidores, tanto en el sector empresarial como en el doméstico. Hoy en día, todos los canales de noticias se hacen eco del precio que la población paga por la calefacción de su hogar, la electricidad y la gasolina, y añaden que podría empeorar en el próximo invierno. Por supuesto, todo esto se traduce en tasas de inflación más altas, lo que conlleva el riesgo de que otros costes experimenten la misma reacción, como ya está ocurriendo. El resultado es un ciclo de restricción monetaria a nivel mundial que, con gran probabilidad, sumirá a muchas economías desarrolladas en una recesión.
Así pues, la crisis del coste de la vida está integrada en las perspectivas cíclicas de las principales economías. La inflación aumenta, los tipos de interés suben, los ingresos reales bajan y, en última instancia, la demanda agregada se ralentiza y aumenta el desempleo. Los mercados llevan mucho tiempo haciendo frente a este ciclo, y tienen que valorar de manera simultánea una mayor inflación y un menor crecimiento. Esto conlleva el aplanamiento de las curvas de rendimiento en el mercado de bonos y el bajo rendimiento de los valores de crecimiento en el mercado bursátil en lo que llevamos de año.
Además de la inflación y los tipos de interés, se deben tener en cuenta otros aspectos relacionados con la crisis del coste de la vida. Las empresas experimentan un aumento de los costes, lo que genera presión en los márgenes de beneficio, especialmente en sectores muy competitivos y en los más vulnerables a la ralentización del consumo. Según datos financieros de Bloomberg, el margen de beneficio medio de las empresas del sector energético del índice S&P500 pasó del -0,2 % en el segundo trimestre de 2021 al 11,3 % estimado en el segundo trimestre de 2022. En el caso de las empresas de bienes consumo discrecional, el margen medio se ha reducido del 7,1 % al 6,7 %. No debemos olvidar que el impacto general de la pandemia del Covid en las cadenas de suministro también ha contribuido a una mayor inflación y a un aumento de los costes de las materias primas, los bienes intermedios y la mano de obra. El aumento de la inflación y la ralentización de la demanda real siguen siendo las principales preocupaciones desde el punto de vista de la renta variable. Si la inflación alcanza pronto su punto máximo, es probable que los mercados puedan mantener niveles superiores a los mínimos alcanzados en junio, por lo que la tendencia de inflación en los próximos dos o tres meses es de vital importancia.
Además del aspecto financiero, la redistribución de la rentabilidad de los consumidores de energía a los productores conlleva la valoración de otros aspectos políticos y sociales. La desigualdad en los ingresos se ve agravada por el drástico aumento del coste de la vida, que tiene consecuencias políticas. En el Reino Unido, los días perdidos por huelgas industriales han aumentado de manera considerable, ya que los trabajadores exigen acuerdos salariales más altos. Un ejemplo más drástico es el de Sri Lanka, donde los manifestantes que protestaban contra el aumento de los precios de los alimentos y la energía han llegado a derrocar al gobierno. Como los gobiernos reconocen la indignación popular, existe el riesgo de cometer errores políticos, como las promesas de importantes reducciones fiscales de los dos candidatos al liderazgo del Partido Conservador del Reino Unido (y a próximo primer ministro). Existe el riesgo de que se produzcan disturbios civiles en Europa este invierno, pues el continuo aumento de los precios de la energía afectará a los bolsillos de los ciudadanos.
La crisis radicaliza las divisiones ideológicas, especialmente en los debates sobre el sector energético. Incluso los capitalistas acérrimos deben sentir cierto nivel de incomodidad cuando las empresas petroleras informan de enormes beneficios, importantes retribuciones a los ejecutivos y aumento de los dividendos a los accionistas mientras cada vez más hogares se encuentran en riesgo de pobreza. El aumento de los beneficios en el sector del petróleo y el gas se debe, casi en su totalidad, al aumento de los precios mundiales del petróleo, que ha propiciado unos beneficios inesperados e imposibles de alcanzar mediante una mayor eficiencia operativa. Naturalmente, estos beneficios generan más ingresos fiscales para los gobiernos, pero los tipos impositivos efectivos podrían ser más altos. El debate político versa en torno a si es necesario gravar más a estas empresas para subvencionar los costes de la energía al por menor u ofrecer un mayor nivel de beneficios, o aumentar la inversión en energías renovables. Las normativas del sector financiero tras la crisis financiera de 2008 aumentaron, incluyendo las restricciones a las bonificaciones. Los riesgos de experimentar una respuesta política negativa similar en las empresas energéticas son bastante tangibles. Esta misma semana, António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, ha pedido a todos los gobiernos que graven los «obscenos» beneficios de las empresas energéticas. Un reducido grupo de accionistas y ejecutivos de las empresas energéticas se está beneficiando del continuo aumento de los precios de la energía, mientras la mayoría de la población sufre un duro golpe a su nivel de vida y se pierde la oportunidad de abandonar la energía culpable de la crisis climática.
Todo esto aumenta la urgencia de acelerar la transición energética. No cabe duda de que no es ideal concentrar tanto poder en manos de unas pocas empresas y países que, casualmente, controlan la extracción y distribución de los combustibles fósiles. ¿Podría Rusia mantener sus operaciones militares en Ucrania si no siguiera recibiendo ingresos procedentes del petróleo y el gas? ¿Habría varios mercados emergentes al borde de la insolvencia si hubiera fuentes de energía más limpias y baratas? Aunque sea una quimera, no cabe duda de que un sistema energético mundial descentralizado y renovable sería mejor para las empresas, los hogares, el medioambiente, la seguridad y el planeta. Europa ha vuelto a sufrir los estragos del calor este verano, y en Reino Unido se sufren las consecuencias de la sequía. Incluso si el cambio climático no fuese real, lo sensato sería alejarse de un sistema energético social y políticamente distorsionado.
Sin embargo, no todo es la energía. La inflación de los precios de los alimentos se ha acelerado. La pandemia provocó escasez de trabajadores en el sector agrícola y de aportaciones al proceso de producción. Según los datos del Banco Mundial, los precios del trigo no han dejado de subir en los últimos cinco años, y aumentaron en febrero con la invasión de Ucrania por parte de Rusia. El índice mundial de precios de los alimentos de Naciones Unidas ha subido un 70 % desde el segundo trimestre de 2020. La escasez y el aumento de los precios en los puntos de venta de alimentos son ahora algo habitual en las economías desarrolladas. Conducir un coche de combustión, hacer la compra semanal y poner la calefacción o el aire acondicionado en casa es ahora mucho más caro. Las personas con empleos mal remunerados o sin aumentos salariales acordes con la inflación sufren importantes pérdidas en su nivel de vida real.
Sin duda, el aumento de los tipos de interés tampoco ayuda. La subida drástica y relativamente agresiva de los tipos por parte de la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra aumentará los costes de los intereses para los hogares y las empresas. Tradicionalmente, Reino Unido es más sensible a las subidas de los tipos de interés bancarios, y la prevalencia de las líneas de crédito buy-now-pay-later («comprar ahora y pagar después») y el endeudamiento general de los consumidores conllevan un importante aumento de la morosidad. De nuevo, a través de estos canales, es probable que los sectores menos pudientes resulten más afectados por la subida de tipos de interés. El único aspecto positivo es que nos encontramos más cerca del final del ciclo de tipos que del principio, al menos en Estados Unidos y Reino Unido.
La crisis del coste de la vida no se va a resolver pronto. El descenso de los precios mundiales de las materias primas ha supuesto un cierto alivio, pero el suministro de productos como los fertilizantes y el trigo sigue generando gran preocupación. Por lo tanto, las medidas políticas relativas a la crisis del coste de la vida seguirán siendo un tema candente. Si el desempleo aumenta, la situación política se volverá más tensa.