El nuevo rol de los asesores ante los cambios en los planes de los ahorradores por la pandemia
Por Carlos Ponz
Una de las frases más conocidas del poeta alemán Bertold Brecht reza que “el hombre se descubre en realidad cuando se mide a un obstáculo”. Y qué mayor impedimento para corroborar esta afirmación que en la peor recesión económica global que se ha vivido desde la Segunda Guerra Mundial, con millones de personas en situación de desempleo y otras tantas empresas que se han quedado por el camino a lo largo de los últimos meses. Un cóctel propicio para que los ahorradores, con independencia de cómo les esté afectando la crisis, hayan decidido apretarse el cinturón para contrarrestar la elevada incertidumbre que la volatilidad en los mercados financieros les está provocando, por ejemplo, en relación a sus carteras de inversión.
De acuerdo a las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE), en el epicentro de las medidas de restricción para evitar el aumento en el número de contagios por coronavirus (cuyo máximo exponente fueron los confinamientos y el cierre de muchas industrias en España) durante el segundo trimestre de 2020, la tasa de ahorro de los hogares se disparó hasta el 31,1%, el techo histórico de esta magnitud desde que se computa, superando en diez puntos el anterior registro, que se había marcado en 2009, y que coincidió con la recesión global precedente. Y eso, a pesar del contexto actual de tipos de interés cercanos a cero, que desincentiva la liquidez y los productos más conservadores, como los depósitos a plazo o la renta fija. Sin embargo, en momentos de crisis, parece natural aplazar cualquier decisión con riesgo para privilegiar la cautela.
De hecho, los datos de Inverco (recogidos de las cuentas financieras de la economía española que publica el Banco de España), precisamente, de finales del primer semestre de 2020, marcaban que los españoles contaban con 964.945 millones de euros en efectivo y depósitos, es decir, en torno al 40,95% de los 2,36 billones de euros de todos los activos financieros de las familias. Y eso, a pesar de la evolución tan negativa que han experimentado en la última década los depósitos, que, en 2008, promediaban rentabilidades cercanas al 5%, y hoy, con muchas dificultadores, logran superar el 0%.
Planificación y constancia
Otro de los comportamientos más habituales de las familias en momentos de crisis es el de posponer las decisiones de compra importantes, como, por ejemplo, un coche nuevo o una vivienda. Una contención en el gasto que, debido a las limitaciones en los desplazamientos, ha venido acompañado de un significativo descenso en el consumo, tanto de bienes esenciales como de ocio. Es decir, más ahorro, menor propensión al gasto pero, también, una necesidad de invertir en renta variable y en productos con algo de riesgo para, al menos, intentar batir a la inflación. Y, todo ello, en una coyuntura en la que los mercados financieros andan muy revueltos por culpa, principalmente, de las consecuencias de la pandemia.
Con estos mimbres, más que nunca, la planificación de las finanzas y el asesoramiento profesional parecen fundamentales para definir una estrategia que permita optar a alcanzar los objetivos vitales de las personas (como, por ejemplo, poder complementar el día de la mañana la pensión de jubilación sin perder poder adquisitivo respecto a cuando se estaba trabajando), pero, también, siendo extremadamente cautelosos con las inversiones. Definir bien estas metas, tener la cabeza ‘fría’ en momentos de caída en los mercados y adoptar un enfoque flexible y profesional en la gestión activa de las carteras parecen elementos clave para superar con éxito el envite actual, y, por ello, el acompañamiento que puede brindar un asesor cualificado es más decisivo que nunca.
Por ejemplo, el temor hacia lo desconocido que traerá consigo el futuro provoca, como afirman diversos especialistas encabezados por el psicólogo Daniel Kahneman, que se tomen decisiones de un modo irracional incluso aun a sabiendas de lo innecesario del paso que se está dando. Y este tipo de riesgos solo se minimizan gracias a la labor profesional, metódica y no exenta de ciertas dosis de empatía emocional que ofrece un asesor, fijando metas de ahorro, diseñando qué parte mensual de los ingresos se puede destinar a la carta de inversiones, adaptando con flexibilidad el portfolio de activos a cada etapa vital de las personas o estableciendo un fondo de contingencia por si ocurre algún imprevisto que obligue a tener que desembolsar inesperadamente una cierta cantidad de dinero.
¿Una ‘edad de oro’ de la gestión activa?
Cómo ‘leer’ bien la información de los mercados financieros (por ejemplo, evaluando con precisión los análisis técnicos y fundamentales de las compañías cotizadas), planificar qué parte del patrimonio conviene mantener como liquidez para aprovechar futuras oportunidades, entender qué tendencias pueden marcar la pauta en la economía global para apostar por fondos temáticos o medir qué activos de renta fija a corto plazo pueden aportar rentabilidad incluso en estos momentos. Comprender cómo articular una adecuada diversificación en las carteras es más crítico que nunca, y, en este sentido, el rol del asesor financiero es vital para confeccionar la receta adecuada del portfolio de inversiones para cada uno de sus clientes, entendiendo bien sus metas a largo plazo y su aversión y tolerancia al riesgo.
Las obligaciones sanitarias de la reciente pandemia han forzado a estos profesionales, además, a aprender a establecer nuevos mecanismos relacionales (y emocionales) con sus clientes en la distancia, a través de las herramientas digitales, y su excelente adaptación les ha valido para privilegiar, aún más, la calidad de sus servicios frente a otras soluciones menos humanas y, desde luego, mucho menos adaptables a las realidades cambiantes del entorno. Por ejemplo, el asesor ha sabido entender que, en esta coyuntura incierta, sus clientes necesitaban mayor atención por su parte, y eso significaba estar más disponibles gracias a las aplicaciones telemáticas. Pero, además, requerían recibir grandes dosis de calma y de ‘lectura’ profesional acerca de lo que estaba ocurriendo con sus inversiones.
La prueba no solo ha resultado un éxito, elevando todavía más la notoriedad y reputación de estos profesionales, sino que, de cara a los próximos meses, es previsible que la necesidad de sus servicios crezca entre sus clientes por el mero principio del interés inverso: con los tipos tan bajos existe un mayor apetito por la inversión para lograr rentabilidad, y los ahorradores precisan de rodearse de un asesor que les aconseje y les aporte luz en la gestión activa de sus carteras. Y en este sentido, una vez más, las claves de los asesores seguirán siendo las mismas: un servicio profesional y de calidad, trabajar sobre el binomio rentabilidad-riesgo pero primando siempre el interés de sus clientes por encima de todo, alejarse de cualquier decisión cortoplacista de inversión, y tener la capacidad emocional y humana para entender sus deseos vitales y, en virtud de ello, diseñar una estrategia que, en el largo plazo, les ayude a alcanzar el éxito.